Singularidades y vulnerabilidad del Tíbet
Pocos lugares del planeta podrían competir con la rica naturaleza de la región autónoma china del Tíbet y a la vez sumar tantas marcas históricas. Esta zona de indescriptible belleza, enclavada en el suroeste del país asiático, posee accidentes geográficos únicos que la hacen inigualable.
En la frontera chino-nepalesa, con ocho mil 850 metros sobre el nivel del mar, se sitúa la montaña Qomolangma (nombre tibetano del monte Everest), punto más alto de la Tierra que recibe el nombre de “Techo del mundo”. Forma parte de la Cordillera del Himalaya, donde se encuentran las cumbres más elevadas del orbe.
De esa cadena montañosa nacen algunos de los mayores ríos del globo terráqueo como son el Indo, Brahmaputra, Yangtsé, Ganges y Yamuna, los tres primeros en el Tíbet, territorio donde también se halla el buda de bronce bañado de oro más grande del planeta, el Maitreya. Igual récord tiene el fósil de ictosaurio desenterrado en el distrito de Dingri.
Por encima de los cuatro mil 700 metros de altitud y cercano a la frontera de China con Nepal, en plena cordillera del Himalaya, corre el río más alto de la Tierra, el Yarlung Zangbo, cuya cuenca posee una superficie de más de 240 mil Kilómetros cuadrados (km2) y una altura promedio de unos cuatro mil 500 metros. Su gran cañón, con cinco mil 382 metros de profundidad, es el más hondo del orbe.
Mientras, la Meseta tibetana, ubicada entre esa cadena montañosa y el desierto de Taklamakán, ocupa gran parte de la región autónoma y la provincia de Qinghai, en China. Conocida como “La azotea del mundo”, es la planicie más alta, extensa y joven del planeta, con un área de 2,5 millones de km2.
Con un espesor de hasta mil 200 metros, el glaciar de esa última es el mayor de su tipo en el globo terrestre, con aguas acumuladas que equivalen al volumen de caudal de 75 ríos Amarillos (el afluente con ese nombre en China es el segundo más largo de este país y el quinto de la Tierra, con cinco mil 464 km).
La meseta no sólo es una zona donde más lagos se concentran, sino también la de mayor número de ellos y los de superior altura y extensión, en relación con el resto de los de altiplanicie del planeta.
A los pies de la Montaña Nyainqentanglha, a una altura de cuatro mil 718 metros y 190 kilómetros de Lhasa, su capital, yace el lago salado más elevado, el Nam Co, en tanto el de aguas dulce de más altura, el Mapham Yutso, también está en la región autónoma.
El Palacio de Potala, una edificación construida en el siglo VII con una altura de 13 pisos y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1994, es el más elevado de su índole del mundo.
A estas y muchas otras características únicas está su clima, también bastante particular. Es seco y frío en el noroeste y tibio y húmedo en el sureste. A pocos kilómetros hay diferentes cielos y las cuatro estaciones suceden en un solo día. Comparándolo con el resto de China, el aire en el Tíbet es escaso, el sol quema más fuerte, la temperatura es baja y la pluviosidad es débil.
Sin embargo, la región autónoma sumó en 2009 otro récord, al registrar una temperatura media de 5,9 grados centígrados, la mayor en unas cuatro décadas., según un informe divulgado recientemente.
El ascenso de ese indicador fue de 1,5 grados por encima de lo normal y osciló entre los menos un grado y 13,6. Dicho parámetro creció tanto en verano como en invierno y el ascenso fue generalizado.
Junto al ascenso del mercurio en muchas localidades, los expertos observaron un descenso de las lluvias en un 20 por ciento como mínimo, al recibir una precipitación media de 363 milímetros el pasado año, la menor cifra en 39 años. Como consecuencia se produjo la peor sequía por décadas en varias zonas.
El aumento de la temperatura en esa región supera la media nacional registrada cada 10 años (0,05-0,08) y la mundial (de 0,2 grados). Como puede verse, esta excepcional región no escapa del calentamiento global, pero con la diferencia de que es un "magnificador" del mismo, por ser más vulnerable que el resto del planeta, según reconocen expertos chinos.
Escrito por: Teresita de J. Vives Romero